viernes, 7 de enero de 2011

Vine, vi, vendí.

La navidad se diferencia del resto de épocas en que los vagabundos mueren vestidos de rojo y blanco.

Y en la vorágine consumista que devora cada alma a su encuentro.

Los centros comerciales se visten con sus mejores galas, resultando obscenamente exhibicionistas, como putas del barrio rojo en horario infantil. Abren sus enormes vaginas de cristal, incitándote a volver al añorado vientre materno, taladrándote el fuero interno con altavoces que tronan villancicos entonados por niños muertos hace eones. Y lo haces con gusto.

Lo escamoso del asunto es cuando no estás de acuerdo con todo esto y sin embargo picas. ¿Presión social?, ¿costumbre?. Nada de eso, más bien, actitud borreguil. Simple y llanamente.

Intenté desmarcarme de este asunto esta vez, pero me acechaba incluso en las más recónditas esquinas. Una mañana me sorprendí en un chino comprando papel de regalo por orden de mi madre. Si algo he de salvar de todo este horrible proceso es esto; la posibilidad de ser dios durante un momento y escoger la actitud de los receptores con una simple decisión: ¿el papel de regalo rojo con elefantitos enamorados y corazones pintarrajeados?, ¿o el horrible papel con gnomos sobrealimentados y renos deformes?.

Como quiero a mi familia, me vi saliendo de allí con tres rollos de papel de elefantes, debidamente camuflados con papel de embalar, como las revistas pornográficas de antaño.

Así, me sentía en cierto modo bien por haber escogido un envoltorio digno para algo en lo que no creo. Bueno, pensándolo bien, el sentimiento que me recorría no era demasiado bueno, y no tardó en cambiar a otro más funesto y acorde con la situación; a los pocos días me acerqué a buscar a un amigo a su casa. Tras tocar su timbre me apoyé en la puerta, y, mientras esperaba, un lujoso coche se detenía frente a mí. De él bajó un chico joven, con una pequeña bolsa en la mano.

La puerta de la casa se abrió, y mi amigo hizo acto de presencia. Reconoció al instante al extraño de la bolsa, y con una sonrisa éste le dijo:

- Hey, ¿qué tal?. Mira, esto es para tu madre.

Le hizo entrega de una cajita envuelta con el mismo papel de regalo que había comprado días atrás, y mi amigo contestó:

- Ah, mi madre también tiene algo para ti, espera.

Volvió a sumergirse adentro, para salir con un paquete rectangular, envuelto con los mismos elefantes y corazones. Se lo entregó al extraño y se despidieron.

En ese momento no sé que me jodió más, si el hecho de que el extraño no entrase a entregar el regalo e hiciesen el intercambio de esa manera tan fría y autómata, o darme cuenta de que el escoger elefantitos y corazones me acercaba un poco más a la mediocridad.