miércoles, 7 de noviembre de 2012

Una prisión con gastos pagados.

Hace mucho calor. Pegajoso. Un viejo encargado de la limpieza se para en la cuesta frente a mi zulo. Mira hacia mí y comienza a silbar, intentando atraer mi atención. Cosa imposible, pues he depositado toda ella en un libro que devoro con avidez.

El viejo sigue silbando. A través de mis barrotes veo su senil sonrisa. Pasa su lengua seca por unos labios agrietadamente obscenos, dejando entrever una desgastada y amarilla dentadura. Creo que de algún modo le gusto. Probablemente le gustaría follarme, que fuese su hoyo número siete.

Levanto la mano y le saludo, deseando que se vaya a tomar por culo. Tarda en reaccionar. Con un movimiento grave pone en marcha su vehículo, para pararse de nuevo unos metros más a su izquierda. Ignorándome, comienza a hablar con alguien fuera de mi campo de visión.

Me asomo y veo que intercambia palabras que no me interesan con otro empleado que tampoco me interesa. Afuera corre un poco de aire. Cierro los ojos, respiro hondo y dejo que ese pequeño soplo de vida inunde mis pulmones. A lo lejos, veo unos clientes acercarse. Espero de pie, como una estatua. Se acercan. Cambio súbitamente y los saludo con una auténtica sonrisa marca de la casa. Se corren de gusto al devolverme el saludo. Observo como se paran en el hoyo frente a mí. La señora escoge un palo inadecuado. Su marido la regaña con cariño.

Vuelvo a mi cárcel y retomo el libro.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Homecoming.

Hoy he vuelto a tus calles. Las recordaba mucho más desiertas, mucho más oscuras.

Me encontré a un señor perdido que balbuceaba cosas inteligibles. Algo sobre una chaqueta. Me quité la mía y lo arropé con ella. Cuando me alejaba le escuché maldecirme entre sonoras carcajadas.

Buscaba el agujero. El que bien conoces. Busqué en callejones sórdidos, busqué en casas derruidas, me asomé a todos los acantilados, pero no lo encontré. Intuía que estaba cerca o, que quizá, nunca había existido

Llovía. Mucho. Un torrente marrón acabó derribándome. Mi pantalón quedó atascado en una maraña de hierros oxidados. Mi pernera se tiñó de rojo. Me levanté y seguí caminando, mirando hacia el cielo. Una luna de color azul inhumano me observaba fijamente.

Llegué al embarcadero. Allí estaban los mismos chalecos salvavidas destintados de mi última visita. El tiovivo   de caballos mutilados. La música que te acuchilla el alma.

Pero no estabas tú.

¿Quién habrá tapado el agujero?.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Ladrones de esencias.

La habitación, casi vacía, de no ser por una pequeña mesa, dos sillas, y dos siluetas. Una, la entrevistada, otra, la ametralladora de preguntas. La primera, desangelada, la segunda, con cargadores de más en su bolsillo. Nunca se sabe.

- Bien.. señor...
- Eso no importa.

El entrevistador carraspea, nervioso. Se afloja la corbata y se lleva el bolígrafo a la boca. Lo mastica con nerviosismo.

- Ok... Le llamaré equis, si no le importa.
- Por dios...
- Tomaré eso como un sí.
- Empieza de una puta vez, ¿quieres?.

Equis da una fuerte calada a su cigarro y el humo le envuelve por completo, magnificando su silueta.

- Señor Equis, ¿cuanto tiempo lleva en el negocio del robo de esencias?.
- Unos 15 años.
- Si mi información es correcta, esa es casi la mitad de su vida.
- ...
- Bueno, ¿qué le llevó a entrar en el negocio?.
- Se me daba bien.

El hombre de las preguntas ha sido sorprendido.

- ¿Se le daba bien el robar la esencia de la gente?.
- Sí.
- ¿Cómo lo descubrió?.
- Mi segunda novia. Anna.
- Soy todo oídos.

Equis sale de las sombras por primera vez.

- Me gustaba. Me gustó desde el primer momento que la vi. Pero pasó el tiempo, y el tiempo hizo que surgieran a la luz ciertas... asperezas. Asperezas a limar. Es algo que siempre ocurre, pero no todos tenemos los cojones para encargarnos de ello.

El bolígrafo corría ríos de tinta en la pequeña libreta.

- La estudié. Primero inconscientemente. Luego, con dedicación. Descubrí sus puntos flacos, cómo apretarle los tornillos, cómo llevarla a mi terreno y moldearla a mi antojo. El resto fue consecuencia directa. En menos de año y medio, Anna, tal y como la conocía, había desaparecido. Ya solo quedaba mi Anna.
- Digamos que se convirtió usted en una especie de Dr. Frankenstein.
- Nunca lo había visto de ese modo.
- ¿Qué pasó luego?.
- Me cansé.

Equis apaga su cigarrillo encima de la mesa y se enciende otro en el mismo gesto.

- En mi siguiente relación, hice lo mismo. Una y otra vez. Y un día, me encontré con un chico que había empezado a salir con la última chica con la que había estado.
- Destruido, dirá.
- Sí. En fin, me encontré con él, y el muy capullo me dio las gracias. Me dijo que gracias a que yo había sido tan cabrón había tenido la oportunidad de acercarse a ella. Me dijo que si ella nunca hubiese llegado a ese estado tan lamentable jamás habría tenido la más mínima oportunidad con ella.
- ¿Y entonces se le ocurrió la idea?.
- ¿Qué idea?.
- La de montar el negocio.
- Sí.
- Entonces, podríamos decir que el grueso de sus clientes son personas que necesitan de su trabajo para acercarse a otras que, de otro modo, no mostrarían el menor interés hacia ellos.
- No del todo. También hay muchos padres que necesitan quitar ciertas ideas de la mente de sus hijas.
- ¿Eh?.
- Mi último trabajo. La chica había pasado por cuatro divorcios y quería ser artista. Su padre quería que se centrase en continuar con el negocio familiar y dejase de dar tantos rodeos con tíos que no valían una mierda. Así que en ocho meses la destruí. Ahora lleva el negocio familiar y está felizmente casada con otro abogado, como ella.
- ¿Era buena?.
- ¿Cómo?.
- Su vena artística.
- Buenísima. Pero ese no es el caso.
- Entiendo. Bueno, ¿y qué hace con las esencias una vez las roba?.
- Me las quedo.
- ¿A modo de trofeo?.
- Vaya forma tan cutre de definirlo... Mira, ¿conoces la historia de que ciertas tribus africanas tienen miedo de las fotografías porque creen que les roba el alma?.
- Claro.
- Pues lo mismo, sólo que yo no hago ningún álbum.

Equis mira su reloj. Se levanta de la silla.

- Bueno, media hora, tal y como habíamos acordado. Hasta nunca.

El entrevistador gira la cabeza hasta ver a Equis salir de la habitación. Escucha el ruido de un motor encenderse. Unas ruedas que chirrían. Silencio.

La libreta y el hombre pegado a ella vuelven a casa, en silencio, como fantasmas. Su mujer ha vuelto a dejarle la cena preparada con una nota de disculpa por su ausencia. Mientras calienta la comida en el microondas se percata de que aún conserva la tarjeta del Señor Equis en su bolsillo.

Juguetea con ella.

Se plantea cosas.

lunes, 13 de agosto de 2012

En la sed mortal.




Y pienso en la de manos que tocarán tus tetas,
y las mías se agrietan.
Y pienso en la de pollas que lefarán tus tetas,
y la mía, se abata.

Para.

Mis manos también tocarán otros pechos,
mi lengua explorará nuevos rincones,
mi polla regará otros cuerpos.

Es ley de vida.

Y cuanto antes lo aceptemos, 
antes moriremos.

viernes, 10 de agosto de 2012

Can(y)bal.

A ver, es como si tuvieses dos perros. Bueno. No. Imagina que tienes un perro. Un perro del negro más puro, no como el de la oscuridad, sino como el del ébano (te debo una, Nacho). Y cuando digo negro, digo por dentro y por fuera. Su personalidad tiñe de gris el vecindario, sus ladridos consiguen que a 2 km a la redonda las mujeres embarazadas aborten, los niños lloren y los hombres tengan pesadillas, hasta sumirlos en la locura.

Pero es tu perro. Es jodidamente fiel, y lo quieres. En cierto modo.

No recuerdas cuanto tiempo lleva viviendo en tu patio, no tienes la menor idea de cómo llego hasta ti. En cierto modo es como si siempre hubiese estado allí, desde tiempos inmemorables, esperando al momento idóneo para entrar en tu vida.

Te haces a la idea, ¿verdad?. Prosigamos.

Entonces, un día despiertas, dispuesto a darle de comer. Según avanzas por el largo pasillo que conduce al exterior escuchas una serie de fuertes ladridos, un preludio de muerte y destrucción que te hace acelerar el paso. Una vez llegas al patio encuentras una mancha gris con dos partes que muerden y aruñan y gritan entre alaridos manchados de sangre. Tras el impacto intentas poner orden, y cual es tu sorpresa al descubrir que tu amado y oscuro perro andaba enzarzado en una lucha a muerte con otro can de aspecto similar, a la par que radicalmente distinto. La primera idea que te viene a la mente es que es su hermano gemelo, pero eso no hace justicia a su pureza y fragilidad, ni a esos ojos capaces de hablar con tu alma.

Los separas. Amarras a tu perro con la cadena en la esquina más alejada del patio, y te acercas a tu nuevo (¿nuevo?) amigo. Te mira, lo miras, y algo se mueve en tu interior. Las paredes y escudos que habías construido caen al suelo como golpeadas por una bola de demolición. Te derrumbas, y él, atento, te lame la cara, en señal de fraternidad.

Entonces lo recuerdas. Una vez fue tu compañero fiel. Hasta que un día, de repente, te mordió. Te hizo daño. Quizá estaba justificado, quizá no, pero te fue más fácil desterrarlo que deshacerte de él. Sin embargo la herida fue muy grande. Casi te amputan el brazo.

Te pones en pie, acariciándote las cicatrices del brazo, y miras a tu perro. Está tranquilo, amarrado, esperando.

Sabes que no puedes quedarte con ambos.

 Esta vez no hay destierros, sólo toma de decisiones.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Óxido.

Tuercas gastadas de tanto intentar enroscarles el tornillo erróneo. Diría que incluso oxidadas, con el paso del tiempo, con el descuido de dejarlas a la intemperie bajo aleatorios vendavales. Sucias. Mi perro ha cagado más de una vez sobre ellas, y los manguerazos consiguientes nunca han consigo despegar del todo la mierda. Huelen a muerte. A viejo.

Llevaban tiempo en ese cajón, el de los cables y las cosas que no uso y que no me decido a tirar. Hasta esta mañana. Las he tirado a la papelera, junto con mis servilletas llenas de espermatozoides muertos, y las he sacado al contenedor de basura.

Me han mirado, las he mirado, y no he sentido nada.

Allí las he dejado.

En su nuevo hogar.

domingo, 1 de julio de 2012

Fuego.

Ayer estalló una caravana que estaba aparcada al lado de mi casa.

Me hallaba tumbado, leyendo, cuando escuché unas explosiones. Mi hermana se alarmó, yo la seguí, y salimos afuera. A lo lejos, una caravana ardía en naranjas explosiones, desprendiendo un humo de muerte que teñía el cielo, privándolo de su usual azul.

Los vecinos salieron de sus casas, dispuestos a disfrutar del espectáculo. Creo que llegué a ver a uno apoyado en la pared, comiendo pipas.

La caravana explotaba a ratos, sin mucha fuerza, y una joven lloraba al compás. No supe quien era. No me interesaba. Una vecina la acogió en sus brazos y la metió en su casa.

Llegó la policía. Intentaron apagar el fuego con un extintor. No se preocuparon en desalojar las casa ni alejar a los mirones. Siguieron usando el extintor hasta que se dieron cuenta del ridículo que estaban haciendo. Perdí el interés y volví a mi libro. No había leído una página cuando un sonido me hizo levantarme del sofá; una bombona de gas escupiendo destrucción.

Salí. En efecto, una bombona, justo en medio de la caravana, vomitaba su interior mezclándolo con poderosas lenguas de fuego que se alzaban hasta el cielo. Esperé pacientemente a que ocurriese algo. Algo grande y doloroso. Quería presenciar y sobrevivir a un desastre que se recordase durante años.

La bombona seguía en llamas pero no ocurría nada.

Muerto de aburrimiento volví adentro de casa y me acosté a leer hasta quedar dormido.

jueves, 14 de junio de 2012

El detective #1

El detective andaba por callejones oscuros buuuuu ahhhh el detective andaba buscando a la chica pero la chica había desaparecido hacía demasiado tiempo y sus enemigos se multiplicaban a cada paso que daba pero el detective era valiente y cuando digo valiente es valiente de cojones de esos a los que le importa una mierda su vida y si tienen que sacar el arma y pam pam puuum pam lo hacen y se quedan tan panchos porque si hay algo que le importe menos que su vida es la vida de los demas ya que es algo insignificante que no entra ni por asomo en los planes de nuestro atareado detective el cual acaba de encontrar UNA PISTA y esta MANCHADA DE SANGRE y segun parece es RECIENTE asi que nuestro sabueso preferido se interna en las sombras sin mayor arma que sus dos cojones y se dispone a intentar averiguar que coño pasa en esta maldita ciudad que tanto odia

martes, 12 de junio de 2012

Salad Fingers.



Anoche volvieron a mí. No sé como llamarlas, la gente me pregunta por ellas, me dicen "eh, ¿qué es eso que tienes en las manos?". No lo hacen por interés. Menos aún por cortesía. Es una mezcla de terror y morbo lo que les lleva a interesarse por mis torpes manos. Al principio les decía "es alergia... creo". Pero luego me di cuenta de que esa definición, aparte de no hacerles justicia, derivaba en una torpe conversación sobre ellas que no me gustaba un carajo. Así, un día que me preguntaron de nuevo y mi cabeza no estaba para aguantar gilipolleces, dije "sida, tengo sida en las manos, ¿quieres tocarlas?".

Anoche volvieron a mí. Me sorprendí rascándome como un perro sarnoso, espalda, dedos, polla y muñeca. No por ese orden precisamente. Tampoco es que haya orden alguno en tanto caos de picor. Me unté de crema me tomé cuatro pastillas e intenté dormir. Desperté y ahí estaban, rojas, ulcerosas, más grandes y amenazadoras que la última vez. Como esa amante despechada que vuelve de las sombras para intentar arruinarte la vida.

Anoche volvieron a mí. Se establecieron en mis manos con intención de quedarse durante un tiempo. O eso me dijeron en sueños. Mis manos. Mis putas manos. Las necesito. Las necesito para leer, las necesito para comer, las necesito para masturbarme, las necesito para sacar dinero de la cartera cuando voy a hacer la comprar, la necesito para liarme cigarrillos que tirar a la basura asqueado tras una calada, las necesito para pintar, las necesito para sacarme los mocos. Y ahora mismo me veo forzado al zurdismo. No es tan difícil como parece, pero para nada es divertido o placentero. Salvo en el tema de la masturbación; ¿eso que dicen de que masturbarse con la mano izquierda es como si te lo hiciese otra persona?, hace años te hubiese dicho que era una vulgar falacia, hoy día, con mi mano derecha repleta de sida, te diré que al menos hace el apaño. No dejes de probarlo.

Anoche volvieron a mí, y si tengo que buscar una explicación lógica a todo esto solo encuentro basura y maraña que aún necesita salir a la luz. Quizá debo bucear un poco más en mí y encontrar esa fuente que mana mierda y me infecta las venas hasta llegar a mis dedos, explotando en cráteres rojizos difíciles de obviar. Debo encontrara y destruirla, o quizás debo beber de ella, tragar y tragar hasta que mis pulmones se encharquen de mierda y mi estómago reviente. Es muy irónico, intestinos que revientan por sobredosis de aquello para lo que han sido creados transportar; mierda. Mierda a palas, a espuertas, suficiente para abonar catorce mil millones de hectáreas y repoblar medio puto mundo y dar un poco de esperanza a la humanidad.

Anoche volvieron a mí, y estamos negociando rescisión de contrato.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Niños perdidos.


Recuerdo con mucho cariño nuestra partida a Costume Quest, o, cómo grácilmente lo rebautizaste, Los niños perdidos.

Es un juego para un sólo jugador, pero aún así nos apañamos para disfrutarlo en compañía. Solía dejarte las zonas de exploración, y, cada vez que aparecía un combate, me pasabas el mando rápidamente para que machacase a los malvados que querían robarnos los caramelos.

Poco a poco fui instruyéndote en el arte del combate, fuiste ganando confianza y te enfrentabas a ellos con valentía y arrojo. Hubo algún jefazo que se te resistió, pero que acabó mordiendo el polvo con mi ayuda.

Así, fuimos avanzando, codo con codo. Ya no diferenciábamos entre partes de exploración y combate, simplemente nos pasábamos el mando sin ningún tipo de reglas de por medio; cuando uno estaba cansado de jugar, pasaba el mando, o cuando uno veía que el otro deseaba jugar, cedía amablemente el mando. De este modo, compartíamos el peso de la aventura.




Sin embargo, esto no estuvo nunca equilibrado. Al no haber especificado de que manera pasarnos el mando, qué tipo de objetivos queríamos alcanzar ni cómo, la partida se fue resintiendo.

Por otro lado, el haber tanta distancia física entre nosotros, consiguió que, de algún modo, cada vez nos costase más ponernos a jugar. El tiempo transcurrido entre cada partida era cada vez mayor, de este modo, cada nueva incursión nos suponía un esfuerzo considerable por reubicarnos en el mundo antes de poder proseguir nuestra aventura conjunta. Cuando comenzábamos a disfrutar de nuevo, uno de los dos tenía que irse y la partida volvía a quedar abandonada temporalmente.

Cada vez nos pasábamos el mando con más desgana. Ambos queríamos llegar al final y seguir avanzando, pero por otro lado, estábamos cansados. Sin embargo, ninguno dijo nada, y seguimos jugando, entre colchas y tés con leche, nuestro número de caramelos aumentaba a la par que nuestros enemigos derrotados.

Y entonces, ocurrió algo totalmente inesperado. Al llegar a la zona del parque de atracciones, nos quedamos atascados. Conseguimos un disfraz de papas locas, con el cual teníamos que engatusar al resto de niños para que nos siguiesen hasta el puesto de comida ambulante y avanzar. Sin embargo, no podíamos. Probamos todo tipo de formas, pulsamos todas las combinaciones de botones, maldecimos, apagamos, encendimos, volvimos a resetear, y nada. No había forma.

Habiéndolo dado todo por perdido, miramos una guía en internet, que explicaba que era un fallo del juego, y que la única opción llegados a ese punto era reiniciar la partida desde cero.

Esto nos supuso un duro golpe, tanto tiempo, esfuerzo y sacrificio invertidos para nada. Dudamos sobre que hacer, y al final optamos por la vía más fácil; mandarlo a la mierda.

Con un sentimiento de frustración, miedo y decepción, decidimos no conocer el final de los niños perdidos, los abandonamos a su fatal destino, sin pensar en las consecuencias. Los niños quedaron confusos, dando vueltas por el parque de atracciones, intentando buscar una explicación y únicamente encontrando desesperación.

Pienso en los niños, y siento que merecen una segunda oportunidad por nuestra parte. Una nueva partida, desde cero.  Merecen ser vistos como la primera vez, redescubiertos, y, sabiendo de antemano dónde está el error que nos impidió avanzar la última vez, sortearlo y seguir adelante.

Yo estoy dispuesto, ¿y tú?.

sábado, 12 de mayo de 2012

Travis.

No sé cómo me acordé de tí así de repente. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te ví, y podría decirse que te había olvidado. Lo siento.

Estaba trabajando, en la cocina del infierno, sin música alguna (me cargué la radio ayer y esta mañana mi móvil). Cuando te toca en la cocina, sin música, te ves forzado a realizar un auténtico tour de force contigo mismo. A mi me recuerda mucho a cuando hice el Camino; tu mente no deja de divagar y darle vuelta a mil cosas que ni siquiera sabes que llevabas dentro.

Así de cansino y aburrido es.

Así, mi mente divagaba mientras partía espinas dorsales de pollos muertos, cuando, de repente, al darme la vuelta a cerrar el lavavajillas, viniste a mi mente; Travis, el pequeño Travis.

Recuerdo cuando te encontramos, al pie de un árbol. Estabas herido, de la caída, supusimos, y justo a tu lado, yacía uno de tus hermanos, con las tripas afuera y siendo devorado post-mortem por voraces hormigas.

El mero pensamiento de dejarte correr el mismo destino fue demasiado horrible como para no decidir llevarte con nosotros. Tenías una zona del abdomen muy abultada, y te costaba horrores andar. Pero tu desparpajo, tus ganas de vivir y ese piar tan característico nos robó el corazón.

Te hicimos una cuna provisional en un zapato, bien arropado por calientes (y sudados) calcetines. Te paseamos por el puerto de Cádiz, y una niña pequeña se enamoró locamente de tí. Nos pidió por favor si podía quedarse contigo, pero como buenos padres de un hijo con malformidad o síndrome de down, te quisimos con todos tus defectos, y rechazamos su oferta.

Volvimos a casa, en coche, y piabas. Mucho. Tenías hambre, así que te alimentamos con pan de sandwich del Mercadona. Te dormiste el resto del camino.

Una vez en casa, te apañamos un pequeño nido. En esa época estaba enfrascado en un proyecto fallido de claymation, así que recogí los trozos de cartón desperdigados por la habitación y te construimos una casita a medida que decoramos con papel de periódico.

Pasamos la primera noche en vela por tu piar incesable. Nos turnábamos a ver que te ocurría, para darte algo de comer (leche con gofio a través de una jeringuilla) o preocuparnos por tu creciente bulto abdominal.

Intentamos enseñarte a volar. Nos sentábamos en la cama, y desde una altura prudencial, te lanzábamos de mis manos a las suyas, y viceversa. No se te daba tan mal para estar tan hecho polvo. Le echabas ganas.

Los días pasaron, y empeoraste. Tu piar se convirtió en un quejido lastimero. No comías, y apenas te movías. El bulto era cada vez más evidente, ocupando casi tu mitad izquierda por completo.

Así, decidimos acabar con tu sufrimiento.

No sabíamos como hacerlo. Ella me comentó que su padre, amante y conocedor de las aves, le contó que cuando se daban estos casos lo que hacían era estamparlos contra el suelo.

Me pareció una idea tan desagradable que tuve que contener una arcada.

Te tenía en mi mano. Observaba como tu respiración se volvía cada vez mas dificultosa. Te miraba. Entonces puse mi mano con delicadeza sobre tu cara. Con mis dedos índice y pulgar tapé tu pico, y esperé.

No opusiste resistencia, no te moviste un ápice.

Pasó un rato que me pareció un puto siglo, hasta que Ella me dijo "Ale... ya está". Levanté la mano y te vi, inerte. Sentí una pena intensa en mi corazón, como si se me hubiese desprendido un pedazo del mismo para siempre.

Quise llorar, pero no pude.

Quise darte la vida, y acabé dándote la muerte.

viernes, 11 de mayo de 2012

"No no, mejor escríbelo tú que me he expresado un poco owen".

Hablábamos por teléfono. Más que hablar, tonteábamos. De forma muy ligera, inconsciente. Bromeábamos sin parar, compitiendo por soltar la parida más gorda que más hiciese reír al otro. Me reí de tu cabeza loca, te reíste de mi risa atragantada. Me gustaría decir que fui el vencedor, pero, honestamente, y a espera de una revancha, quedamos en tablas.

Mientras reía, tonteaba con el portátil. El escritorio mostrando una captura de pantalla de Owen Wilson en "Darjeeling Limited", y mis dedos creando rectángulos azules con el ratón, por toda la imagen.

Entonces, en la conversación hubo un silencio. No un silencio incómodo, sino de esos compartidos y placenteros que rara vez ocurren por teléfono. Mi cerebro encontró un respiro y apartó la tontería y diversión para hacerme unas revelaciones.

Me contó el significado de muchas cosas que habían permanecido ocultas en la conversación, subyugadas por el humor y la creatividad de nuestras ocurrencias. Fue muy breve, pero intenso; el cielo se despejó de nubes y pude contemplar el horizonte.

Y entre tanta paja mental el cerebro me lanzó un directo al estómago;




"Owen Wilson con unos rectangulitos como gafas se parece a Elton John".

sábado, 5 de mayo de 2012

Humo.

- Fumas mucho...

Y tienes razón.

Antes apenas fumaba. Quizá un cigarrillo en los descansos del curro, para evadirme, deseando que el humo me llevase lejos, que empapase mis pulmones y me hiciese olvidar, por un breve instante, el zulo donde me hallaba encerrado.

Luego pasó a convertirse en un acto social, en una herramienta para acercarme a la gente y poder entablar conversación de manera natural.

Y ahí se quedó. No pasaba de unos pocos cigarrillos al día.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte me he sorprendido desayunando cigarrillos y té. Lo achaco a, como bien sabes, el tiempo de tempestades y tormentas que he vivido en estos meses. Subidas y bajadas que me obligaban a refugiarme en algo material y tangible. Algo dañino y oscuro que me recordase que estoy vivo.

Exacto, no tengo cojones para probar cosas más duras. Al fin y al cabo, amo la vida.

Y ahora, que las aguas parecen que vuelven a su cauce y que no hay razón lógica para usar mi mechero con tanta frecuencia, me hallo pasando las frías y largas noches de esta inhóspita ciudad acompañado de una botella de vino y un paquete de los cigarrillos más baratos que encuentro.

Y me pregunto; ¿por qué?, ¿qué necesidad hay, si mi corazón está tranquilo y mi mente relajada?.

La razón eres tú.

Me he dado cuenta de que asocio el fumar a momentos de placer compartidos con tu persona. A humo tras hacer el amor, a densa niebla al salir del cine, a cervezas en tu compañía. En definitiva, a tí.

Y mientras el océano se interponga entre nosotros, seguiré fumando. Un cigarrillo tras otro, hasta el momento en que tu presencia me haga olvidar el veneno, y tu esencia corra por mis venas y no necesite nada más.

Sé que el momento está cerca.

Ahora, deja que me encienda el séptimo de la noche y que te eche un poco de menos.

miércoles, 25 de abril de 2012

Nine letters army.

Me ha contado una amiga que, el pasado 17 de abril, día de mi cumpleaños, nació el hijo de su primo. Entre todos los nombres que sus padres podrían haber escogido, han decidido llamarle Alejandro.

¿Otro Alejandro nacido el 17 de abril en el mundo?, ¿qué significa?. Quizás viene a remplazarme. Quizás ha llegado mi hora y no me he dado cuenta, quizá el propio destino está haciendo limpieza, eliminando lo viejo para dar paso a nuevas generaciones. Porque este tipo de cosas nunca son coincidencia, ¿verdad?, siempre ocurren por algún oscuro motivo que escapa a nuestro entendimiento.

Entonces pensé que me gustaría verlo. Me gustaría sentarme a los pies de su cama y hablarle, contarle mis experiencias vitales, advertirle de todos los posibles errores que va a cometer, anticiparle cuantas veces su corazón va a romperse en mil pedazos, y cuantas conseguirá recomponerlo sin perder muchos fragmentos por el camino. Compartir con él todas las cosas buenas que tiene la vida, todos los lugares que visitará, las personas buenas y malas que conocerá, alentarle a perseguir sus sueños, a que no se preocupe si no encuentra su lugar en el mundo, éste le ira guiando.

Pero, entonces, ¿qué sentido tendría vivir?, si ya de antemano te spoilean tu propia vida, ¿para qué vivirla?.

Mejor me quedo aquí, sentado, fumando un cigarrillo tras otro, mesándome la barba, absorto en el destino de los nuevos Alejandros que llegarán.

Estoy seguro de que, a pesar de todo, les irá muy bien.

miércoles, 11 de abril de 2012

El tamaño importa.

Peter Morrison era un director de cine de, digamos, los 80. Americano de pura cepa, su amor por el cine nació en esas tardes de autocine con su padre, en las que veían juntos dobles y triples sesiones de películas de bajo presupuesto que poco tenían que ver con sus pósters promocionales.

Creció y las pequeñas películas caseras dieron paso a pequeños cortometrajes con sus amigos que se convirtieron en películas de gran éxito comercial.

Una tarde de domingo, Peter se encontraba en el bar de siempre, con sus amigos cineastas, debatiendo sobre tecnicismos que se escapan a mi entendimiento, cuando por la puerta entró ella; su nombre, Marlene, su pelo, rubio azabache, sus ojos, azules como el mar, su estatura, un metro y veinte.

Así es, Marlene padecía de enanismo.

Cuando entró por la puerta, Peter supo de inmediato que se hallaba ante el amor de su vida, y desde ese preciso momento se prometió que la haría feliz.

Le llevo mucho tiempo dejar que Marlene se conociera; su confianza hacia los hombres de estatura normal era proporcional a su tamaño. Sin embargo, el tiempo, el amor y la persistencia de Peter obraron el milagro, y ambos se casaron al año.

Las portadas de los periódicos no hablaban de otra cosa, sus compañeros de trabajo le perdieron el respeto, y los grandes estudios le cerraron sus puertas.

Y sin embargo Peter siguió luchando por las dos cosas que amaba en su vida, Marlene, y el cine.

De este modo, y tras mucho tiempo y esfuerzo, consiguió la confianza de una pequeña productora, y su siguiente película arrasó en taquilla. Peter volvió a ser el director del momento, y los grandes estudios volvieron a rifárselo.

Y Peter guardaba un As en la manga.

Tras negociar con todas ellas, acabó firmando un contrato con la Paramount por el cual tenía libertad creativa absoluta para hacer la película que quisiese.

Peter, orgulloso, llamó a Marlene y se lo contó "Marlene, lo he conseguido... vamos a poder hacerlo", Marlene, emocionada, rompió a llorar, y entre ambos su vínculo se fortaleció.

Al día siguiente, Peter se presentó en la productora con su guión bajo el brazo. Atravesó rejas metálicas, ascensores averiados, agentes de seguridad especialmente pesados, un grupo de grupies, hasta llegar al despacho del mandamás.

Allí, le entregó su guión, de nombre "Cuanto más grande, más ruido hará al caer". El ejecutivo comenzó a leerlo de inmediato. Peter tomó asiento y escrutiñó la cara de su adversario; mueca sorprendida, mueca horrorizada, mueca de sorpresa horrorizada, página cuatro y... "¿Qué coño esto", le escupe a Peter. "Mi película", contesta sonriendo. El ejecutivo se levanta y con gesto solemne pregunta "Peter... ¿es esta otra de tus bromas?". Peter, desde su asiento, replica "No lo es".

Lo siguiente que ocurrió fue la comidilla del estudio durante años. Lo único que os diré es que Peter salió ileso del cenicero que le pasó rozando la mejilla y que consiguió salirse con la suya de forma limpia, ya que, al fin y al cabo, había un contrato de por medio.

Así, por fín llega el momento de Peter de comenzar su sueño; hacer una película protagonizada única y enteramente por enanos.

En el momento en que conoció a Marlene decidió que debía mostrar al mundo que la belleza puede encontrarse en cualquier persona sin importar su tamaño. Decidió que les ayudaría a encontrar su lugar en el mundo. Era lo menos que podía hacer.

El rodaje fue como la seda, y en seis meses estuvieron listos para estrenar. No hace falta decir que fue un rodaje secreto y la prensa nunca conoció la existencia de esta película hasta el día de su estreno, lo cual llevó a estupor general el día de la premiére en el prestigioso cine Noire Film. 

Allí acudieron las mas importantes estrellas del momento, y todas coincidieron en su rostro de horror cuando al bajarse de la limosina se encontraron a un grupo de treinta enanos vestidos de etiqueta y bebiendo champán.

El estreno fue un rotundo fracaso que casi lleva a la quiebra a Paramount, y que costó su carrera a Peter.

La gente siempre le hacía la misma pregunta;

- ¿Por qué hacer una película de enanos?.

A lo que Peter, siempre, respondía

- ¿Y por qué no?.

domingo, 8 de abril de 2012

Bread Rolls.

Resulta que, en mi trabajo, han cambiado los bread rolls. Antes parecían panes pequeñitos, ahora, parecen puta mierda. En serio, me parece un timo que vendamos semejante basura, pero así está el patio.

El caso, esta mañana estaba preparando una inmensa caja de garlic bread (antes venían 60 panes en una caja, ahora son 80), cuando, al cortar por la mitad el bread roll número 43, me percaté de que su interior parecía un coño.

No bromeo.

Al cortarlo por la mitad, lo hicieses como lo hicieses, siempre quedaba una mitad plana, y otra con una especie de hendidura que recordaba ( y no vagamente) a un coño.

Así, mientras por mis auriculares inalámbricos sonaba At least that what you said a todo trapo, mi mente se perdía dentro de ese coño de pan. Entré en un mundo de vaginas esponjosas, donde las migas hacían de colchones improvisados, y el sudor del calor del horno preveía cierta lubricación.

De repente, me vi inmerso en un lugar extrañamente familiar. Recorría calles de placer y lujuria, doblando esquinas babosas y sentándome en mullidos bancos. Era feliz. En ese lugar nada me preocupaba. Hacía mucho tiempo que no visitaba un lugar así; de ese modo, decidí quedarme.

Pasaron años, quizás lustros o siglos, no lo sé, pero disfrutaba y cada orgasmo daba paso a uno aún mayor. La miga del pan me arropaba, y los coños humanos me parecían anodinos e insignificantes.

De repente, la canción terminó, y fui consciente de que me hallaba en el trabajo, con ochenta panes cortados por la mitad; ochenta coños mirándome fijamente.

Los hornos gritaban cachondos; ¡dame pollo, méteme hamburguesas y alitas hijo de puta!.

Estaban listos.

Yo no.

jueves, 5 de abril de 2012

Confesión #1

pero no estaba mal, podría decirse que estaba incluso bien, no bien bien, sino bien, no se como explicarlo, el caso es que de repente BAM todo se va al carajo el castillo de naipes echa a volar por la puta ventana y me lanzo de cabeza y no consigo recoger ni uno, me estampo en el suelo y entonces lo entiendo; es el momento.Quizás antes no lo era, o si pero no quería verlo, no lo sé, no sé que coño pasa, no soy adivino ni pretendo serlo ni quiero comerme la cabeza con cosas que ni me van ni me vienen y sin embargo lo hago "rrrumm rrruummmm" es el sonido de mi mente retorciéndose con pensamientos dañinos una y otra vez hasta dejarme las neuronas secas y con cara de amargado, y la gente pregunta "¿estás bien?" y me gustaría decirles "vete a la puta mierda" pero me encojo de hombros y asiento, asiento pero no asiento nada en realidad, no sé si me entiendes. El caso es que ahora mismo la trama se desarrolla en terreno salvaje y arenoso y no puedo más que imaginar a los participantes enzarzados en la tercera guerra mundial sólo que en lugar de usar palos y piedras como dijo Einstein o alguien así usan el coño y la polla hasta romperse y partirse en dos gimiendo y gritando aullando a la luna llena esa luna tan llena que los observa con lascivia para luego venir y contármelo en sueños y conseguir que incluso en fase rem mi cerebro siga "rrrummm rrrrummmm" y que me entren ganas de

viernes, 30 de marzo de 2012

París, Texas.

Creo que te hablé alguna vez sobre ella. Pero también creo recordar que fue de forma breve, como una pequeña anécdota sin importancia; no es justo. No es una persona importante tal y como entendemos importante hoy día, pero yo no la calificaría de persona menor. Es complicado.

María es conocida en las calles de Barcelona como "la loca de París Texas". Un apodo bastante obvio si tenemos en cuenta que se deja caer por las ramblas con una bolsa de plástico enorme repleta de VHS de París, Texas. Muchos curiosos y gamberros se han acercado a husmear en ella, y la única respuesta ha sido un severo golpe de bastón en sus atontadas cabezas.

María nunca ha sido amante del cine. Podríamos decir incluso, que no le gusta el cine; no le gustan las palomitas, no le gusta estar en una sala repleta de desconocidos, no le gustan que la atosiguen a tráilers y anuncios antes de la película y, lo más importante, le aburre sobremanera dos horas de gente hablando en pantalla.

Sin embargo, María idolatra París, Texas.

Nadie sabe bien por qué. Unos dicen que fue en la proyección de esa película dónde conoció a su único marido, hoy fallecido. Otros, que el día del estreno dio a luz a su hijo Manuel, hoy día desaparecido tiempo atrás. Todo elaboran mil conjeturas pero obvian la respuesta más sencilla; a María le encanta la película. Nada más.

Me contó que, una vez, mientras los anuncios de su telenovela favorita, hizo un poco de zapping, y ahí estaba, ese área desértica con esa poderosa melodía de Ry Cooder de fondo. De algún modo la atrapó, y la vió de principio a fin. Cuando terminó, se sorprendió llorando a lágrima viva, como si de alguna manera hubiese encontrado algo con lo que conectaba.

Intentó ver más películas de Wim Wenders, pero, según me confesó, le resultaban pretenciosas y estúpidamente idealistas.

¿Y por qué lleva una bolsa repleta de mil copias de la misma película?, os preguntaréis. ¿Revende copias valoradas en el mercadillo?; nada que ver. ¿Está loca?; bueno, en cierto modo, sí, pero loca de amor.

Una vez (y sólo una vez), María me enseñó el contenido de su bolsa, y no pude quedar más perplejo; copias y copias de París, Texas, pero con la singularidad de que cada una de ellas era de un país diferente; una copia japonesa, alemana, francesa, hindú, española, taiwanesa, china, inglesa, portuguesa...

Confuso, le pregunté "María, ¿por qué tienes la misma película en diferentes idiomas?". Se tomó su tiempo para contestar. Tras varios minutos, levanto la cabeza, y en un hilillo de voz me contestó "Por si algún día vuelvo a encontrarlo, poder compartirla con él. Sea quien sea".

Fue la primera y última vez que me habló.

Aún la veo pasear, pateándose Barcelona de arriba a abajo, desde que sale el sol hasta que se oculta. Incansable, tenaz.

Espero que algún día encuentre lo que busca.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Noche en el teatro.

El Señor G deambula excitado. Su entrada de teatro, desgastada por los bordes de frotarla afanosamente. Fuma un cigarrillo tras otro, como un maníaco que se nutriese de humo en lugar de aire.

Mira el reloj. Es hora de ponerse en marcha.

Podría decirse que lleva meses esperando este momento. Ha creado tanta expectación en torno a ello que es consciente de que va a salir decepcionado. Y aún así, consigue mantenerse excitado.

Toma el tranvía y se interna en la bulliciosa y oscura ciudad. La gente, el resto del mundo, con sus agendas apretadas, moviéndose sin parar, como pequeñas abejas obreras. El señor G está por encima de todo eso; hoy conseguirá su ansiada libertad.

No tarda mucho en llegar al teatro. Es un edificio imponente dónde los sueños pueden hacerse realidad. Y G lo sabe. Se interna en sus puertas sin retorno y busca afanosamente su asiento. Está situado en la galería, la zona más alta del inmenso teatro.

El teatro está a rebosar, así que el señor G guarda cola pacientemente. Se percata de conversaciones vacuas y sin interés mantenidas por el resto de personas que ocupan la cola; matan el tiempo. G había comprendido hace mucho que no puedes matar el tiempo, así que hizo todo lo posible por no mezclarse con ellos.

Llegó su turno. Un amable acomodador lo dirigió hasta su asiento. Es justo como esperaba; asientos peligrosamente inclinados hacia el escenario, incómodos y, claro, los más baratos. G se sentó. Sus rodillas tocaban el asiento de enfrente, pero en lugar de sentirse incómodo, una cierta sensación de bienestar inundó su pecho. Todo estaba saliendo según lo previsto.

Una mujer, presumiblemente soltera, y de muy buen ver se sentó a su lado. Intentó entablar una conversación amable con G, pero, para él, ya era muy tarde. Quizás en otra época y en otro lugar podrían haberse conocido. Hoy día, G no aceptaba mas visitas.

Comienza el espectáculo. Se abre el telón y la música invade el teatro. Los bailarines hacen acto de aparición, con sus movimientos sugerentes y atléticos.

G se muestra cauto. Debe escoger el momento perfecto.

Llega el segundo acto, y G no puede esperar más. ¿Cómo saber cúando es el momento adecuado?, ¿y si termina la obra antes de que decida?. Ha invertido todos sus ahorros en esto, y no habrá una segunda oportunidad.

En el escenario, la bailarina encargada de protagonizar el rol de Odette remata un paso de baile de gran dificultad y el público estalla en vítores y aplausos.

G se decide. Es el momento.

Se pone en pie, aplaudiendo, y en el preciso momento en que los aplausos llegan a su clímax, tropieza intencionadamente con el asiento delantero y cae. Es una gran caída libre, y G no puede dejar de sonreír mientras los aplausos acompañan su descenso.

Un ruido sordo aplaca los aplausos. G se encuentra enfrente de la bailarina. Sabe que no le queda mucho, y en un último esfuerzo mira a la bailarina. Esta, se lleva las manos a la boca, y reacciona rápidamente. Se agacha junto a G, y comienza a hablarle en un idioma que éste no entiende.

G la observa. Unas pequeñas lágrimas comienzan a aflorar en sus ojos. En un gran esfuerzo, G esboza una sonrisa, y mientras ella toma su mano, dice;

- Esto no es tan trágico. Esto no es un drama. Te diré mil cosas por las que llorar...

El telón se cierra.

domingo, 18 de marzo de 2012

La muerte de Philip S. Owen.

Acabo de despertarme con el cadáver de Philip S. Owen a mi lado. Antes de abrir los ojos, un extraño olor me preveía de la situación. No era un olor a putrefacción, como podría esperarse. Todo lo contrario; un dulce olor a naftalina inundaba mi habitación. Dulce y frágil.

Giré mi cabeza y allí estaba, largo como es, ocupando la mitad de mi cama. Estaba boca arriba, con los brazos extendidos a lo largo de su interminable cuerpo, y los ojos abiertos. En un principio pensé que estaba meditando; no es la primera vez que me despierto y lo veo junto a mí, ensimismado en sus pensamientos. Sin embargo, esta vez tenía la boca abierta, y sus ojos, siempre expresivos, se mostraban ausentes. Muertos.

Cualquier entendido en la materia te diría que maté a mi doppelganger. Cualquier psicólogo, que me deshice de una máscara que ya no necesitaba. Yo, no soy ni uno ni lo otro, así que solo te diré que me alegro de que ese cabrón haya pasado a mejor vida.

No me malinterpretes, no era mala persona. Sin embargo, en los últimos años, se estaba inmiscuyendo demasiado en mis asuntos. Mis amigos, siempre que quedábamos, me preguntaban si Philip también venía. Mi novia, se encariñó con él, y no era rara la vez que cuando yo trabajaba iban juntos al cine. Eso sí, a ver alguna película que a mi no me gustase y a ellos les diese la oportunidad de excusarse.

Me incorporé. Miré su cuerpo inerte y decidí actuar. Envolví el cadáver en una sábana, y lo transporté escaleras abajo. El cabrón pesa casi 90 kilos.

Una vez abajo, lo metí en el asiento trasero del coche, y puse rumbo a ningún lugar. Me encontraba extrañamente contento. Puse la radio, y como en señal de buenaventura, únicamente sonaban temas de mi agrado. Uno tras otro.

No tardé mucho hasta encontrar el lugar que, sin saber, estaba buscando; la casa del lago.




La casa del lago siempre ha supuesto algo único para mí. Allí pasé la mayor parte de mi infancia, y es uno de los pocos sitios que quedaron al margen del afán de control de Philip.

Me bajé del coche, cargué con su cuerpo hasta el embarcadero, y allí me senté. Estuve cavilando largo rato; ¿debería ofercerle un funeral vikingo?, ¿enterrarlo?. Mientras pensaba, fumaba un cigarrillo tras otro, nervioso. Más por el hecho de cómo me iba a cambiar la vida, de la libertad que supondría, que por tener que deshacerme de un cadáver.

Lo dejé afuera y entré en la casa a por algo de beber. Subí al desván, y allí estaban, esperándome; la bodega de mi difunto abuelo. Intacta. Lascivamente seductora. En honor a Philip tomé una botella del año en que nació, y tomé un largo trago.

Me sentía mejor.

Volví al lado del cadáver. El sol estaba ocultándose. Entonces decidí que hacer con él.

Nada.

Dejaría que igual que llegó, se fuese. Esperaría a su lado, como un enemigo fiel, hasta que su cuerpo se pudriese y viese como los gusanos devorasen su horrible rostro.

Me llevaría tiempo, pero no importaba. Tenía vino y cigarrillos de sobra.

viernes, 16 de marzo de 2012

Mordecai.

 Mordecai vivía con la familia Tenembaum, en la casa de la avenida Archer que Royal, el padre de familia, había comprado en su treinta y cinco cumpleaños.

Su mejor amigo era Richie, el más retraído y especial de la familia, por decirlo de algún modo. Cuando Richie se sentía solo, subía al tejado, le quitaba la capucha a Mordecai y le hablaba durante horas. Mordecai le escuchaba atentamente, con sus grandes ojos negros. Conseguía llegar adentro de Richie como ningún otro ser.

Una mañana, Richie sintió la imperiosa necesidad de liberar a Mordecai. Llevaba tiempo observando como sus historias, a ratos tristes y a otros aún más tristes, conseguían que el optimismo de Mordecai decayese poco a poco. Así, como toda persona que realmente ama a alguien, lo dejó ir.

Richie se situó en la esquina más al este del tejado, y con una fuerza y alegría pocas veces vistas en él, gritó;

- ¡Adelante Mordecai!






Mordecai tomó impulso, extendió sus poderosas alas y se lanzó hacia el cielo. Los vecinos que presenciaron las escena comentan que fue de una belleza tal que parecía sonar música de todas las ventanas del barrio. Una música épica, triunfal y liberadora.

Mordecai no miró atrás un sólo instante, y siguió subiendo y subiendo, hasta que los edificios más altos de la ciudad quedaron reducidos a diminutos puntos negros. Se dirigió hacia el Este, sin saber por qué. Tenía una extraña sensación de que allí le esperaba algo importante.

Voló durante largos días con sus oscuras noches sin parar a descansar ni un sólo momento. No necesitaba dormir, no necesitaba descansar, tan sólo encontrar aquello que su corazón tanto anhelaba y que llevaba guiándole desde su partida.

El día número trece, Mordecai llegó a una ciudad extraña. Parecía desierta, pero lo que realmente ocurría es que allí el tiempo pasaba muy despacio. La gente no tenía esa necesidad de urgencia de su lugar de origen, y disfrutaban de cada minuto, alargándolos como si fuese el último.
Así, se mantuvo suspendido en el aire, dando vueltas en círculo cual buitre carroñero, sin percatarse de que con cada aleteo se acercaba más al sol. No tardó mucho en sentir cómo sus plumas ardían, y cómo se precipitaba al vacío, sin remisión.

Cayó como un peso muerto. No podía mover sus alas, agotadas y quemadas, y mientras se acercaba inexorablemente a su fatal destino, pensaba;

- Bueno, al menos será en este lugar tan tranquilo. Me darán sepultura de una manera dedicada y amable.

Sin embargo, Destino hizo acto de presencia en forma de un majestuoso águila hembra que recogió a Mordecai a tiempo. Este, con los ojos aún cerrados, se sorprendió de la corriente de aire que salvó su vida, pero aún más cuando escuchó que le hablaba;

- Ya puedes abrir los ojos.

Así lo hizo, y su corazón se sobrecogió al ver tanta belleza. En ese momento, supo que había encontrado lo que llevaba buscando todo el viaje. Le fallaron las fuerzas, y cayó inconsciente.

Al despertar, ella estaba a su lado, dormida. Su ala le daba calor y cobijo, y allá dónde le faltaban plumas, las de ella se depositaban grácilmente. Ella despertó, y ambos, aves, se comunicaron con una simple mirada, y en un momento, supieron que estarían juntos por siempre.

Pasó el tiempo, y las heridas de Mordecai sanaron. Sus alas volvieron a ser las de antes, y llegó el momento de volar juntos. Subieron a lo más alto del edificio en que se alojaban. La ciudad se mostraba abierta hacia los dos enamorados, deseando ser explorada de arriba a abajo. 

Ambos se asomaron al bordillo del alféizar y miraron abajo. Con un guiño cómplice se dijeron todo lo que hacía falta y el unodostres pertinente antes del salto al vacío. Corrieron hasta el final del alféizar y en el momento antes de saltar, Mordecai reculó. Ella se vió en el aire, sola, mientras Mordecai la miraba desde arriba, asustado.

Podría ser que aún no estuviese tan curado como pensaba. De este modo, ella, paciente y dedica como pocas amantes, volvió a su lado, y pasó un largo tiempo sanando sus heridas, haciendo el amor y planes de futuro, mientras la ciudad esperaba.

Tras un tiempo indefinido para un ave, y unos cuantos años para un humano, Mordecai se sintió listo. Ambos volvieron a realizar el mismo ritual en el alféizar, y en el momento clave, Mordecai volvió a arrepentirse. Sus alas estaban perfectamente, tanto amor y reposo las habían curado. Entonces, ¿qué ocurría?, ¿por qué no podía volar?.

Esto supuso un duro golpe para ella. Sabía que Mordecai jugaría un papel importantísimo en su vida, y había dado mucho por él, sin embargo, estaba cansada. Había empleado mucho tiempo y esfuerzo en ayudarle, y ya no podía más. Sin embargo, no dijo nada, y estuvo a su lado.

Mordecai perdió la fé. Estaba con su amada, y, sin embargo, esto ya no le daba fuerzas. No se había dado cuenta de lo mucho que ella estaba haciendo por él, y se había acomodado en las noches de amor y sábanas de paja junto a ella. El miedo a volar le había vencido, y siquiera era consciente.

Al poco tiempo, una mañana que Mordecai recordará toda su vida, despertó solo. El ala que tanto cobijo le había dado había desaparecido. Salió del nido, miró al cielo, y allí estaba ella, radiante, pero, a la vez, triste. Surcaba los cielos con furia, como queriendo destrozar las nubes y al creador de todo lo bello por haber permitido que algo tan único estuviese en riesgo.

Desde las nubes, sus miradas se encontraron. Mordecai se percató de las lágrimas que surcaban el rostro de ella. Esta, permaneció flotando sobre él, y con un gruñido que sólo ellos podrían entender, vino a decir algo así;

- Lo siento, mi amor, pero no puedo más. Necesitas curar tus heridas por tí mismo. Necesitas encontrarte, ser feliz, y, entonces y sólo entonces, ambos lo seremos.

Mordecai sintió como su pequeño corazón dejaba de latir, y con esfuerzo sobrehumano, replicó;

- Pero, yo te amo. Y lo haré hasta el fin de mis días.

En la cara de ella se dibujó una sonrisa, triste por la despedida, pero esperanzadora y llena de optimismo, porque sabía que ambos volverían a verse, y que esa vez sería la buena;

- Nos volveremos a ver, Mordecai. Te estaré esperando.

Y con estas palabras, desapareció de la ciudad.

Mordecai esperó. Horas que se convirtieron en días, que pasaron a meses y tornaron en estaciones, y cuando el gélido invierno hizo acto de presencia, decidió que debía actuar.

Su miedo a volar seguía ahí, acusado por la soledad y el remordimiento de haber hecho todo de la peor manera posible, y así, decidió volver a la casa de la Avenida Archer, dónde esperaba poder volver a ser él mismo, y dar sentido a toda su vida.

Volvió andando, cómo no, y fue un viaje largo, y duro. Mientras andaba, cavilaba, pensaba mucho; ¿por qué no podía volar?, o, mejor dicho, ¿por qué no quería volar?, ¿qué había ocurrido para pasar de ser un magnífico ejemplar, digno de los elogios de los más importantes maestros de cetrería, a un ser lleno de miedo y miseria?. No lo sabía, pero su corazón le decía que iba por buen camino.

Pasó mucho tiempo para un pájaro, demasiado incluso para un humano, antes de que volviese a divisar la casa dónde nació. Una vez en el portal, miró hacia arriba, y no pudo creer lo que veía; allí estaba, Richie, con su padre, Royal. Había crecido mucho, pero no había duda, era él. 

Su necesidad de verlo de nuevo, de contarle todas sus desventuras y escuchar una voz amiga fueron tan grandes que, cuando quiso darse cuenta, estaba volando hacia él.

En el tejado, Richie y Royal conversaban distraídamente, hasta que algo familiar llamó la atención de Richie;

- Mordecai – dijo, mientras miraba al cielo.

- ¡No me jodas!- exclamó Royal, sorprendido.

Mordecai se posó a un metro de Richie, temeroso de si le recordaría.

- Has vuelto – dijo éste.

- Santo dios, ese maldito pájaro debe tener un radar en la cabeza.

- ¿Eres tú, Mordecai?. No estoy muy seguro de que sea Mordecai.

Mordecai se sintió feliz, por primera vez desde que había estado con ella.

- ¿Cómo que no? - exclamó Royal - ha venido directo hasta aquí.

Richie observó atentamente a su amigo de la infancia. Una preocupación e incertidumbre se hicieron presentes en su rostro.

- Este tiene muchas más plumas blancas que él...

Y no hubo más palabras. Ambos se miraron, y se sintieron como si el tiempo no hubiese pasado. Mordecai le contó todo lo que había vivido, y Richie le escuchó. Tras esto, Mordecai miró al cielo, de un azul infinito, y mientras Richie peinaba su plumaje decidió que se fortalecería; crecería, superaría sus miedos, y volvería a por ella. El miedo le había estado acosando durante todo su viaje, pero ahora, con la mente clara y la ayuda de un gran amigo, supo que no habría barrera lo suficientemente fuerte que contuviese el amor entre ambos.

Volvería a verla, y todo iría bien.