lunes, 13 de agosto de 2012

En la sed mortal.




Y pienso en la de manos que tocarán tus tetas,
y las mías se agrietan.
Y pienso en la de pollas que lefarán tus tetas,
y la mía, se abata.

Para.

Mis manos también tocarán otros pechos,
mi lengua explorará nuevos rincones,
mi polla regará otros cuerpos.

Es ley de vida.

Y cuanto antes lo aceptemos, 
antes moriremos.

viernes, 10 de agosto de 2012

Can(y)bal.

A ver, es como si tuvieses dos perros. Bueno. No. Imagina que tienes un perro. Un perro del negro más puro, no como el de la oscuridad, sino como el del ébano (te debo una, Nacho). Y cuando digo negro, digo por dentro y por fuera. Su personalidad tiñe de gris el vecindario, sus ladridos consiguen que a 2 km a la redonda las mujeres embarazadas aborten, los niños lloren y los hombres tengan pesadillas, hasta sumirlos en la locura.

Pero es tu perro. Es jodidamente fiel, y lo quieres. En cierto modo.

No recuerdas cuanto tiempo lleva viviendo en tu patio, no tienes la menor idea de cómo llego hasta ti. En cierto modo es como si siempre hubiese estado allí, desde tiempos inmemorables, esperando al momento idóneo para entrar en tu vida.

Te haces a la idea, ¿verdad?. Prosigamos.

Entonces, un día despiertas, dispuesto a darle de comer. Según avanzas por el largo pasillo que conduce al exterior escuchas una serie de fuertes ladridos, un preludio de muerte y destrucción que te hace acelerar el paso. Una vez llegas al patio encuentras una mancha gris con dos partes que muerden y aruñan y gritan entre alaridos manchados de sangre. Tras el impacto intentas poner orden, y cual es tu sorpresa al descubrir que tu amado y oscuro perro andaba enzarzado en una lucha a muerte con otro can de aspecto similar, a la par que radicalmente distinto. La primera idea que te viene a la mente es que es su hermano gemelo, pero eso no hace justicia a su pureza y fragilidad, ni a esos ojos capaces de hablar con tu alma.

Los separas. Amarras a tu perro con la cadena en la esquina más alejada del patio, y te acercas a tu nuevo (¿nuevo?) amigo. Te mira, lo miras, y algo se mueve en tu interior. Las paredes y escudos que habías construido caen al suelo como golpeadas por una bola de demolición. Te derrumbas, y él, atento, te lame la cara, en señal de fraternidad.

Entonces lo recuerdas. Una vez fue tu compañero fiel. Hasta que un día, de repente, te mordió. Te hizo daño. Quizá estaba justificado, quizá no, pero te fue más fácil desterrarlo que deshacerte de él. Sin embargo la herida fue muy grande. Casi te amputan el brazo.

Te pones en pie, acariciándote las cicatrices del brazo, y miras a tu perro. Está tranquilo, amarrado, esperando.

Sabes que no puedes quedarte con ambos.

 Esta vez no hay destierros, sólo toma de decisiones.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Óxido.

Tuercas gastadas de tanto intentar enroscarles el tornillo erróneo. Diría que incluso oxidadas, con el paso del tiempo, con el descuido de dejarlas a la intemperie bajo aleatorios vendavales. Sucias. Mi perro ha cagado más de una vez sobre ellas, y los manguerazos consiguientes nunca han consigo despegar del todo la mierda. Huelen a muerte. A viejo.

Llevaban tiempo en ese cajón, el de los cables y las cosas que no uso y que no me decido a tirar. Hasta esta mañana. Las he tirado a la papelera, junto con mis servilletas llenas de espermatozoides muertos, y las he sacado al contenedor de basura.

Me han mirado, las he mirado, y no he sentido nada.

Allí las he dejado.

En su nuevo hogar.