miércoles, 7 de noviembre de 2012

Una prisión con gastos pagados.

Hace mucho calor. Pegajoso. Un viejo encargado de la limpieza se para en la cuesta frente a mi zulo. Mira hacia mí y comienza a silbar, intentando atraer mi atención. Cosa imposible, pues he depositado toda ella en un libro que devoro con avidez.

El viejo sigue silbando. A través de mis barrotes veo su senil sonrisa. Pasa su lengua seca por unos labios agrietadamente obscenos, dejando entrever una desgastada y amarilla dentadura. Creo que de algún modo le gusto. Probablemente le gustaría follarme, que fuese su hoyo número siete.

Levanto la mano y le saludo, deseando que se vaya a tomar por culo. Tarda en reaccionar. Con un movimiento grave pone en marcha su vehículo, para pararse de nuevo unos metros más a su izquierda. Ignorándome, comienza a hablar con alguien fuera de mi campo de visión.

Me asomo y veo que intercambia palabras que no me interesan con otro empleado que tampoco me interesa. Afuera corre un poco de aire. Cierro los ojos, respiro hondo y dejo que ese pequeño soplo de vida inunde mis pulmones. A lo lejos, veo unos clientes acercarse. Espero de pie, como una estatua. Se acercan. Cambio súbitamente y los saludo con una auténtica sonrisa marca de la casa. Se corren de gusto al devolverme el saludo. Observo como se paran en el hoyo frente a mí. La señora escoge un palo inadecuado. Su marido la regaña con cariño.

Vuelvo a mi cárcel y retomo el libro.