viernes, 28 de septiembre de 2012

Homecoming.

Hoy he vuelto a tus calles. Las recordaba mucho más desiertas, mucho más oscuras.

Me encontré a un señor perdido que balbuceaba cosas inteligibles. Algo sobre una chaqueta. Me quité la mía y lo arropé con ella. Cuando me alejaba le escuché maldecirme entre sonoras carcajadas.

Buscaba el agujero. El que bien conoces. Busqué en callejones sórdidos, busqué en casas derruidas, me asomé a todos los acantilados, pero no lo encontré. Intuía que estaba cerca o, que quizá, nunca había existido

Llovía. Mucho. Un torrente marrón acabó derribándome. Mi pantalón quedó atascado en una maraña de hierros oxidados. Mi pernera se tiñó de rojo. Me levanté y seguí caminando, mirando hacia el cielo. Una luna de color azul inhumano me observaba fijamente.

Llegué al embarcadero. Allí estaban los mismos chalecos salvavidas destintados de mi última visita. El tiovivo   de caballos mutilados. La música que te acuchilla el alma.

Pero no estabas tú.

¿Quién habrá tapado el agujero?.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Ladrones de esencias.

La habitación, casi vacía, de no ser por una pequeña mesa, dos sillas, y dos siluetas. Una, la entrevistada, otra, la ametralladora de preguntas. La primera, desangelada, la segunda, con cargadores de más en su bolsillo. Nunca se sabe.

- Bien.. señor...
- Eso no importa.

El entrevistador carraspea, nervioso. Se afloja la corbata y se lleva el bolígrafo a la boca. Lo mastica con nerviosismo.

- Ok... Le llamaré equis, si no le importa.
- Por dios...
- Tomaré eso como un sí.
- Empieza de una puta vez, ¿quieres?.

Equis da una fuerte calada a su cigarro y el humo le envuelve por completo, magnificando su silueta.

- Señor Equis, ¿cuanto tiempo lleva en el negocio del robo de esencias?.
- Unos 15 años.
- Si mi información es correcta, esa es casi la mitad de su vida.
- ...
- Bueno, ¿qué le llevó a entrar en el negocio?.
- Se me daba bien.

El hombre de las preguntas ha sido sorprendido.

- ¿Se le daba bien el robar la esencia de la gente?.
- Sí.
- ¿Cómo lo descubrió?.
- Mi segunda novia. Anna.
- Soy todo oídos.

Equis sale de las sombras por primera vez.

- Me gustaba. Me gustó desde el primer momento que la vi. Pero pasó el tiempo, y el tiempo hizo que surgieran a la luz ciertas... asperezas. Asperezas a limar. Es algo que siempre ocurre, pero no todos tenemos los cojones para encargarnos de ello.

El bolígrafo corría ríos de tinta en la pequeña libreta.

- La estudié. Primero inconscientemente. Luego, con dedicación. Descubrí sus puntos flacos, cómo apretarle los tornillos, cómo llevarla a mi terreno y moldearla a mi antojo. El resto fue consecuencia directa. En menos de año y medio, Anna, tal y como la conocía, había desaparecido. Ya solo quedaba mi Anna.
- Digamos que se convirtió usted en una especie de Dr. Frankenstein.
- Nunca lo había visto de ese modo.
- ¿Qué pasó luego?.
- Me cansé.

Equis apaga su cigarrillo encima de la mesa y se enciende otro en el mismo gesto.

- En mi siguiente relación, hice lo mismo. Una y otra vez. Y un día, me encontré con un chico que había empezado a salir con la última chica con la que había estado.
- Destruido, dirá.
- Sí. En fin, me encontré con él, y el muy capullo me dio las gracias. Me dijo que gracias a que yo había sido tan cabrón había tenido la oportunidad de acercarse a ella. Me dijo que si ella nunca hubiese llegado a ese estado tan lamentable jamás habría tenido la más mínima oportunidad con ella.
- ¿Y entonces se le ocurrió la idea?.
- ¿Qué idea?.
- La de montar el negocio.
- Sí.
- Entonces, podríamos decir que el grueso de sus clientes son personas que necesitan de su trabajo para acercarse a otras que, de otro modo, no mostrarían el menor interés hacia ellos.
- No del todo. También hay muchos padres que necesitan quitar ciertas ideas de la mente de sus hijas.
- ¿Eh?.
- Mi último trabajo. La chica había pasado por cuatro divorcios y quería ser artista. Su padre quería que se centrase en continuar con el negocio familiar y dejase de dar tantos rodeos con tíos que no valían una mierda. Así que en ocho meses la destruí. Ahora lleva el negocio familiar y está felizmente casada con otro abogado, como ella.
- ¿Era buena?.
- ¿Cómo?.
- Su vena artística.
- Buenísima. Pero ese no es el caso.
- Entiendo. Bueno, ¿y qué hace con las esencias una vez las roba?.
- Me las quedo.
- ¿A modo de trofeo?.
- Vaya forma tan cutre de definirlo... Mira, ¿conoces la historia de que ciertas tribus africanas tienen miedo de las fotografías porque creen que les roba el alma?.
- Claro.
- Pues lo mismo, sólo que yo no hago ningún álbum.

Equis mira su reloj. Se levanta de la silla.

- Bueno, media hora, tal y como habíamos acordado. Hasta nunca.

El entrevistador gira la cabeza hasta ver a Equis salir de la habitación. Escucha el ruido de un motor encenderse. Unas ruedas que chirrían. Silencio.

La libreta y el hombre pegado a ella vuelven a casa, en silencio, como fantasmas. Su mujer ha vuelto a dejarle la cena preparada con una nota de disculpa por su ausencia. Mientras calienta la comida en el microondas se percata de que aún conserva la tarjeta del Señor Equis en su bolsillo.

Juguetea con ella.

Se plantea cosas.