Tuercas gastadas de tanto intentar enroscarles el tornillo erróneo. Diría que incluso oxidadas, con el paso del tiempo, con el descuido de dejarlas a la intemperie bajo aleatorios vendavales. Sucias. Mi perro ha cagado más de una vez sobre ellas, y los manguerazos consiguientes nunca han consigo despegar del todo la mierda. Huelen a muerte. A viejo.
Llevaban tiempo en ese cajón, el de los cables y las cosas que no uso y que no me decido a tirar. Hasta esta mañana. Las he tirado a la papelera, junto con mis servilletas llenas de espermatozoides muertos, y las he sacado al contenedor de basura.
Me han mirado, las he mirado, y no he sentido nada.
Allí las he dejado.
En su nuevo hogar.
Deberías haberte hecho una sopa, joder. ¡Qué poca hambre has pasado!
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