miércoles, 21 de marzo de 2012

Noche en el teatro.

El Señor G deambula excitado. Su entrada de teatro, desgastada por los bordes de frotarla afanosamente. Fuma un cigarrillo tras otro, como un maníaco que se nutriese de humo en lugar de aire.

Mira el reloj. Es hora de ponerse en marcha.

Podría decirse que lleva meses esperando este momento. Ha creado tanta expectación en torno a ello que es consciente de que va a salir decepcionado. Y aún así, consigue mantenerse excitado.

Toma el tranvía y se interna en la bulliciosa y oscura ciudad. La gente, el resto del mundo, con sus agendas apretadas, moviéndose sin parar, como pequeñas abejas obreras. El señor G está por encima de todo eso; hoy conseguirá su ansiada libertad.

No tarda mucho en llegar al teatro. Es un edificio imponente dónde los sueños pueden hacerse realidad. Y G lo sabe. Se interna en sus puertas sin retorno y busca afanosamente su asiento. Está situado en la galería, la zona más alta del inmenso teatro.

El teatro está a rebosar, así que el señor G guarda cola pacientemente. Se percata de conversaciones vacuas y sin interés mantenidas por el resto de personas que ocupan la cola; matan el tiempo. G había comprendido hace mucho que no puedes matar el tiempo, así que hizo todo lo posible por no mezclarse con ellos.

Llegó su turno. Un amable acomodador lo dirigió hasta su asiento. Es justo como esperaba; asientos peligrosamente inclinados hacia el escenario, incómodos y, claro, los más baratos. G se sentó. Sus rodillas tocaban el asiento de enfrente, pero en lugar de sentirse incómodo, una cierta sensación de bienestar inundó su pecho. Todo estaba saliendo según lo previsto.

Una mujer, presumiblemente soltera, y de muy buen ver se sentó a su lado. Intentó entablar una conversación amable con G, pero, para él, ya era muy tarde. Quizás en otra época y en otro lugar podrían haberse conocido. Hoy día, G no aceptaba mas visitas.

Comienza el espectáculo. Se abre el telón y la música invade el teatro. Los bailarines hacen acto de aparición, con sus movimientos sugerentes y atléticos.

G se muestra cauto. Debe escoger el momento perfecto.

Llega el segundo acto, y G no puede esperar más. ¿Cómo saber cúando es el momento adecuado?, ¿y si termina la obra antes de que decida?. Ha invertido todos sus ahorros en esto, y no habrá una segunda oportunidad.

En el escenario, la bailarina encargada de protagonizar el rol de Odette remata un paso de baile de gran dificultad y el público estalla en vítores y aplausos.

G se decide. Es el momento.

Se pone en pie, aplaudiendo, y en el preciso momento en que los aplausos llegan a su clímax, tropieza intencionadamente con el asiento delantero y cae. Es una gran caída libre, y G no puede dejar de sonreír mientras los aplausos acompañan su descenso.

Un ruido sordo aplaca los aplausos. G se encuentra enfrente de la bailarina. Sabe que no le queda mucho, y en un último esfuerzo mira a la bailarina. Esta, se lleva las manos a la boca, y reacciona rápidamente. Se agacha junto a G, y comienza a hablarle en un idioma que éste no entiende.

G la observa. Unas pequeñas lágrimas comienzan a aflorar en sus ojos. En un gran esfuerzo, G esboza una sonrisa, y mientras ella toma su mano, dice;

- Esto no es tan trágico. Esto no es un drama. Te diré mil cosas por las que llorar...

El telón se cierra.

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