sábado, 5 de mayo de 2012

Humo.

- Fumas mucho...

Y tienes razón.

Antes apenas fumaba. Quizá un cigarrillo en los descansos del curro, para evadirme, deseando que el humo me llevase lejos, que empapase mis pulmones y me hiciese olvidar, por un breve instante, el zulo donde me hallaba encerrado.

Luego pasó a convertirse en un acto social, en una herramienta para acercarme a la gente y poder entablar conversación de manera natural.

Y ahí se quedó. No pasaba de unos pocos cigarrillos al día.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte me he sorprendido desayunando cigarrillos y té. Lo achaco a, como bien sabes, el tiempo de tempestades y tormentas que he vivido en estos meses. Subidas y bajadas que me obligaban a refugiarme en algo material y tangible. Algo dañino y oscuro que me recordase que estoy vivo.

Exacto, no tengo cojones para probar cosas más duras. Al fin y al cabo, amo la vida.

Y ahora, que las aguas parecen que vuelven a su cauce y que no hay razón lógica para usar mi mechero con tanta frecuencia, me hallo pasando las frías y largas noches de esta inhóspita ciudad acompañado de una botella de vino y un paquete de los cigarrillos más baratos que encuentro.

Y me pregunto; ¿por qué?, ¿qué necesidad hay, si mi corazón está tranquilo y mi mente relajada?.

La razón eres tú.

Me he dado cuenta de que asocio el fumar a momentos de placer compartidos con tu persona. A humo tras hacer el amor, a densa niebla al salir del cine, a cervezas en tu compañía. En definitiva, a tí.

Y mientras el océano se interponga entre nosotros, seguiré fumando. Un cigarrillo tras otro, hasta el momento en que tu presencia me haga olvidar el veneno, y tu esencia corra por mis venas y no necesite nada más.

Sé que el momento está cerca.

Ahora, deja que me encienda el séptimo de la noche y que te eche un poco de menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario